martes, 19 de enero de 2010

¿Cuáles son los reflejos de un recien nacido?-ALOPECIA Y CAIDA DEL CABELLO

ALOPECIA Y CAIDA DEL CABELLO

¿Cuáles son los reflejos de un recien nacido?

Uno de los primeros instintos del bebé es tratar de buscar el pezón de la madre para amamantarse. Este impulso de supervivencia se denomina 'reflejo de succión' y forma parte del conglomerado neurológico que ayuda al bebé a incorporarse con normalidad al mundo.

Los pediatras tienen estudiadas decenas de respuestas reflejas del bebé. Solamente cuando éstas no maduran hay que empezar a preocuparse. Por ejemplo, el 'reflejo de succión' ayuda al niño a aprender a alimentarse de modo consciente, pero si a los seis meses sólo pervive la respuesta instintiva, eso quiere decir que algo no funciona.

Otro de los reflejos más importantes en los primeros días del recién nacido es el del sobresalto, también llamado 'reflejo de Moro' –denominado así porque fue el pediatra australiano Ernst Moro (1874-1951) quien lo describió-, consistente en que, cuando el bebé oye un ruido fuerte o si no se le sujeta bien la cabeza y se le va para atrás, extiende los brazos hacia los lados y en ocasiones llega a estremecerse. Este reflejo está considerado como la primera manifestación de 'miedo no aprendido' del ser humano.

Casi al mismo tiempo, y si va todo bien, empezará el bebé a llevarse el puño a la boca, lo cual no significa que tenga hambre, y a estirar los brazos en un afán de explorar su entorno, para alegría de quienes le rodean.

Posibles lesiones

La ausencia del 'reflejo de Moro' puede denotar, no obstante, una lesión neurológica y se suele detectar en la primera exploración del niño por parte del pediatra. Los niños prematuros corren riesgo de padecerlo debido a su falta de madurez vital.

A pesar del riesgo de estos neonatos de no poder desarrollar los reflejos elementales para la supervivencia y de padecer graves secuelas neurológicas el resto de su vida, las excepciones milagrosas también existen.

Ese fue el caso de Kimberly, una niña nacida en marzo de 2007 con un peso de apenas 10.5 onzas en la Clínica Universitaria de Gotinga, Alemania, a la que se permitió irse a casa con sus padres después de pasar seis meses y medio en una unidad de vigilancia intensiva, convirtiéndose de este modo en uno de los neonatos más pequeños del mundo que logra sobrevivir.

La bebita, que pesaba 5.5 libras y medía 17 pulgadas cuando recibió el alta hospitalaria, nació por cesárea debido a problemas en el embarazo de su madre, en la 25 semana de gestación. Su emocionado padre contó a los periodistas que Kimberly ya respondía al estímulo de apretar el dedo índice de sus progenitores cuando éstos se lo colocaban en su mano.

La emoción del padre de Kimberly no impide advertir que este reflejo, denominado 'de prensión', es más consistente en los bebés prematuros y suele durar sólo un par de meses.

El jefe de Pediatría del hospital, Oliver Möller, señaló por su lado que, aunque la bebé necesitó durante algún tiempo de una máquina de oxígeno para respirar y alimentarse por sonda, no había evidencias que apunten a que pueda desarrollar problemas neurológicos a largo plazo.

"Por suerte, no sufrió al nacer ningún derrame cerebral, que pueda derivar en daños posteriores irreversibles", indicó el médico, quien explicó que en esos primeros seis meses y medio de estancia en el hospital, superó una neumonía y una operación para prevenir lesiones en su retina.

Con todo, el riesgo acecha de forma notoria a los prematuros, sobre todo a causa de las infecciones hospitalarias, que afectan a cerca un 45% de los recién nacidos de menos de dos libras de peso, y es un problema ligado a la saturación de las unidades neonatales, según aseguró el doctor Manuel Moro, presidente de la comisión de seguimiento de niños de menos de 52 onzas de la Sociedad Española de Neonatología.

Las infecciones nosocomiales, provocadas por bacterias como la klebsiella pneumoniae, "se dan en las mejores unidades neonatales del mundo" y constituyen "una gran preocupación", agregó Moro.

Cuando se trata de un niño neurológicamente normal, no hay que darle una importancia excesiva. Basta con abrazar al pequeño con ternura y, lo más habitual, es que se tranquilice enseguida.

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